Tras fracasar en diferentes trabajos, Juan, un cubano exiliado, consigue un puesto como portero en un rascacielos de Manhattan. Empeñado en abrir a los inquilinos la puerta no sólo del edificio sino también la de la verdadera felicidad, topará con una extravagante galería de personajes: Roy Friedman, obsesionado con regalar caramelos a diestro y siniestro; Brenda Hill, mujer algo descocada, soltera y ligeramente alcohólica; Arthur Makadam, un donjuán entrado en años; Casandra Levinson, propagandista incesante de Fidel Castro que, al mismo tiempo, goza de las comodidades capitalistas; los señores Oscar Times, homónimos, homosexuales e idénticos física y moralmente, y Walter Skirius, científico obsesionado con los implantes artificiales. Al final, Juan sólo logra entenderse con las mascotas de los inquilinos, y con ellas emprenderá un viaje sin retorno.

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