Versos agridulces, atemporales, contradictorios a veces, con la única rima que su corazón le dicta, pero siempre bellos y apasionados, con los que el poeta, conmovido, se compadece del titánico esfuerzo de nuestra desdichada estirpe, caminando a tientas por este arrabal del universo y, junto a ella, también él va buscando su pequeña porción de espíritu y la lírica que nos redima, aunque, con pesar, nos advierte que la piedad jamás fue hecha para los mortales y que la tregua que aquí nos concedieron tan sólo fue un espejismo. Desde otros tiempos u otras épocas, desde esa atalaya donde a veces al poeta le gusta situarse, el eco de su voz nos sobresalta como un grave clamor en las abatidas horas del crepúsculo.