Un elemento indispensable en la obra hoffmaniana es que el protagonista principal sea portavoz de las ideas románticas y tenga por contrapunto a la razón imperante en el Siglo de las Luces; que esté dispuesto a dudar del mundo real y a admitir lo maravilloso, sea esto divino o demoniaco. Tal personaje, centauro de hombre y sueño, es el nexo entre la obviedad de la materia y lo suprasensorial. Y mientras Hoffmann narrador pinta un cuadro de Alemania tan realista que ni el mismo Goethe logró superar, mientras defiende con pasión materialista el racionalismo "filisteo" que detesta, Hoffmann protagonista oye voces de otros mundos, ve fenómenos inexplicables, conoce el reino de lo desconocido y deja al lector con la sensación de que la Ilustración es un término pedante, nacido de una pretensión más ilusoria que las censuradas a la ideología romántica: la de querer explicar y dominar a la naturaleza y dar a la pobrecita razón un pedestal inmerecido, cuya altura le causa vértigo.

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