Escribo este prólogo a los dos volúmenes con que Federico García Lorca ingresa en la colección ``Sepan Cuantos...´´, a los treinta y nueve años de aquel fugaz encuentro con la persona cuyo genio, gracia, voz, ha permanecido, a la vez congelada y viva, inmóvil y dinámica, en mi recuerdo; sin posibilidad de cotejarla con la que en el curso de los años habría deteriorado su irremediable decadencia, de haber sobrevivido al vendaval que -fruto en madurez- lo desprendio del árbol. Al México a que en 1934 me :reintegré; donde apenas recibí suyas unas líneas que hablaban ``al indiecito que llevas debajo de la tetilla izquierda, llegó el teatro de Federico. Lo traían Cipriano Rivas Cheriff, Pedro López Lagar, Margarita Xirgu. Fue para todos una revelación deslumbradora, que no faltó quien se diera fallida prisa en imitar. Desde aquellos años, la obra y la vida de Federico García Lorca han sido en todo el mundo objeto de estudio, homenaje y admiración. Y México (donde la ``Alcancía´´ de Justino Fernández y Edmundo O´Gorman, con un dibujo de Rodríguez Lozano, había dado primera edición a su Oda a Walt Whitman) , el país en que su poesía sigue siendo tan profundamente sentida y apreciada, como adoptado su teatro por repertorio predilecto: de esfuerzos juveniles semejantes a los de su precursora Barraca., o de Compañías como las que estrenan las grandes obras suyas que el lector hallará en los dos volúmenes ``Sepan Cuantos...´´, para los cuales me ha sido concedido el privilegio de escribir estas líneas a guisa de prólogo.