No podría decir que soy fan de Selena. No tengo todos sus discos ni sé todos los datos de su biografía. Me sé sus éxitos, mas no su repertorio completo. Pero, como algunos de los autores de este libro, puedo recordar perfectamente el día de su muerte. Recuerdo también algunas de sus apariciones en la televisión mexicana, y las entrevistas que le hicieron en las revistas sobre farándula a las que yo era asidua. Su narrativa coincidía con la de casi todas las cantantes pop de los noventa: era una buena muchacha, una hija ejemplar, dotada de una belleza tan natural que no requería sacrificios dietéticos ni aeróbicos. Respetaba mucho sus raíces mexicanas y tuvo que aprender a hablar español para poder cantar y convertirse en estrella (contradiciendo todo lo que nos dijeron siempre, que había que hablar inglés para poder ser alguien). Su muerte no fue producto de los excesos, como otras de la farándula; lo único turbio en ella eran los motivos que podría tener una mujer mayor para asesinar a una joven que la llamaba mamá.