En 1929 la Universidad del Miskatonic envió una expedición a explorar la Antártida. Descubrieron fósiles de un valor incalculable, y enviaron informes sobre una misteriosa cordillera cuya altitud rivalizaba con la de los picos más altos del Hímalaya. Dos hombres cruzaron las montañas en busca de alguien desaparecido; cuando regresaron estaban severamente trastornados y uno sufría una grave locura. Posteriormente, el escritor H. P. Lovecraft publicó el relato de lo que les sucedió a estos hombres. El efecto del monstruoso espectáculo era indescriptible, pues desde el primer momento apareció como una terrible violación de las leyes naturales conocidas. En una meseta diabólicamente primitiva de más de veinte mil pies de altura, y en un clima letal para la vida, una masa de rocas regulares se extendía hasta donde alcanzaba la vista, sólo en la desesperación de la autodefensa mental no llegábamos a atribuirla a una causa consciente y artificial. Cada elemento del continente es una daga, un paisaje sin salida hacía la muerte. Los habitantes de este yermo, ocultos en la blancura, no están muertos: esperan ser despertados...