No sé por qué siempre les tuve miedo a las Matemáticas. Desde que veía un número, una operación o el enunciado de un problema, una neblina de ideas llenaba mi cabeza y se ponía frente a mis ojos. No entendía nada. O, quizá, tenía tanto miedo que ni siquiera intentaba entender. Eso me hacía sentir como una tonta. Mientras que los demás levantaban la mano como si quisieran alcanzar el techo, retorciéndose y gritando "¡Yo, profesora, yo!", para ser interrogados, yo solo deseaba una cosa: desaparecer.