La oración y la cocina

La oración y la cocina
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Hace muchos años, mi interés por la cocina sencilla, práctica y barata. me llevó a probar algunas recetas de pan y, entre ellas, las que más me llamaron la atención fueron las desconocidas recetas de harina integral, de avena, de harina de centeno, etc., al parecer muy populares en países europeos y en los grupos de inmigrantes de dichos pueblos en Estados Unidos, empeñados en conservar sus cocinas tradicionales. El gusto por los nuevos panes, la asistencia a unos cursos de cocina vegetariana, la afición compartida con Diego de cultivar dos o tres hortalizas y frutales, en fin, la necesidad de disminuir el gasto diario sin afectar el valor alimenticio de la comida, me llevaron a buscar lecturas de autores modernos sobre nutrición y cocina. Cambié mis puntos de vista acerca de muchos alimentos y de la manera de prepararlos y presentarlos y, por lo tanto, cambié mi manera de cocinar. Algunas cosas se facilitaron, otras se me complicaron: abandoné latas, siempre parados y concentrados. Pero mi trabajo en la cocina se volvió más creativo e interesante; ensayé más y más platillos y recetas de pan que daba a conocer a quienes tenían la paciencia de oírme. Estoy convencida de la necesidad que tiene nuestro pueblo de alimentarse mejor y de lo fácil y atractivo que resulta para la mayoría de las amas de casa introducir algunos cambios en sus menús, surtir su despensa haciendo en casa mermeladas, encurtidos, yogur, quesos, jamón y tortillas de harina, panes, bizcochos, pasteles y galletas, con harina integral; disminuir el consumo de carne y apreciar más las frutas, verduras, leguminosas, semillas y germinados. La variedad y adaptabilidad increíble de la cocina mexicana nos permite hacer fácilmente todos estos cambios y conservar lo tradicional. La cocina mexicana, como casi todo lo que puede llamarse así: mexicano, es un producto mestizo. Sus raíces indígenas se remontan a varios siglos antes de Cristo cuando aparecen el metate y el molcajete.

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