Yerma está incompleta porque no tiene, ni va a tener, un hijo. Sin embargo, le falta mucho más que un hijo: le falta todo lo que lo haría posible: el amor, la ternura, la compasión, la pasión, la liberación, la curiosidad de explorar la experiencia que se encuentra más allá de los límites familiares. A través del largo tiempo dramático, lucha desesperadamente con su verdad, que cada vez se vuelve más conflictiva, y no ceja en ello hasta consumarla. La resolución final, la muerte del marido, es la última defensa de su sueño imposible y una afirmación rotunda de su destino trágico ante la ciega fatalidad. Dentro del dramático juego universal en el que se mueven las criaturas lorquianas, la oposición entre las fuerzas de la vida, con su destino de libertad, y la opresión que sobre esas fuerzas se vuelca incluso hasta llegar a la muerte, Yerma emerge como una de las tragedias más luminosas del teatro español.

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