Emprendo la tarea sin más ánimo que el de perpetuar hechos que deben ser descritos en las páginas gloriosas de nuestra Historia, sin el menor propósito de interesar respecto a mí mismo. Estas memorias serán más bien las de otros que las mías; sus actos, sus ideas, sus escritos, son el cuerpo y alma de esta época, y los tomo al describirla. Soy un soldado de los que a millares surgen a ofrendar su vida, de los que muchos perecen, sobreviven unos cuantos, y muchos menos llegan a la fama que pertenece, eso sí, a la acción de conjunto. La sangre que vertamos transformará la patria en un país libre y más cristiano; lo volverá más noble, más sano; lo hará fuerte. El soldado, el Cristero desconocido, volverá con el traje hecho jirones, salpicado por el barro del camino y la sangre del combate. Acosados por el enemigo, siempre en peligro, no puedo saber en manos de quién puedan caer estas memorias. Los hechos son reales, los nombres de personas y lugares tendré que ocultarlos. Días vendrán en que pueda cantarse, por hombres capaces, la epopeya con los nombres de sus héroes. Para entonces las cadenas estarán rotas y México sabrá agradecerlo.

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