"Creer en el heroísmo, pero no el de los falsos héroes. No dejarse engañar por los que te ofrecen una oportunidad de heroísmo, mientras que lo que desean en realidad es convertirte en lacayo. Tu heroísmo, en libertad." El 5 de mayo de 1862, en el cerro de Loreto y Guadalupe, Puebla, se libró una de las batallas más encarnizadas en la historia de México, tanto por lo reñida como por lo implacable. El enfrentamiento entre las tropas de Napoleón III, emperador del Segundo Imperio Francés, al mando del conde de Lorencez y las del Ejército de Oriente, al mando del general Ignacio Zaragoza y encargadas de resguardar el gobierno liberal mexicano del presidente Benito Juárez y, sobre todo, la soberanía nacional, era completamente desigual. La organización, la disciplina, la experiencia previa del mejor ejercito del mundo, la falta de armamento, el hambre, la bisoñez de un ejército heterogéneo que sabía mejor sembrar la tierra que combatir, parecía definirían el combate. Pero ese 5 de mayo se escribió una historia distinta en México: se cimentó la nación, se habitó la dignidad, se hizo gala de férrea y entera voluntad, se venció al ejército más poderoso del orbe y se forjaron héroes. Ese 5 de mayo, para México, fue la hora de la verdad.