Schelling se cuenta entre las figuras más fascinantes de la filosofía del siglo XIX. Participó decisivamente en la formación del idealismo alemán, pero se percató de sus insuficiencias y se esforzó por superarlo. En su última fase, Schelling elaboró un pensamiento que, sin renunciar a un enfoque a la vez metafísico y trascendental, vislumbra ya la centralidad de to personal e histórico-dialógico. Con ello allanó el camino a pensadores como Kierkegaard o Nietzsche. La mediación entre lo absoluto y la historia constituye el hilo conductor de la filosofía última de Schelling. Walter Kasper muestra magistralmente cómo Schelling concluye que el problema tan solo puede resolverse si la razón humana, en vez de empeñarse en rebasar sus límites, cobra conciencia de estos y se abre a lo absoluto, que se le da a conocer en la historia. Tal es la base de la distinción schellinguiana entre filosofía negativa y filosofía positiva, que -con ciertas correcciones- sirve a Kasper como paradigma para conjugar, por ejemplo, filosofía y teología o antropología y cristología. La influencia de Schelling en el pensamiento de Kasper está vinculada asimismo a uno de los grandes temas estudiados en este libro: puesto que lo absoluto ha entrado libremente en la historia, que es el campo de las libres decisiones de los hombres, la historia ha de concebirse como diálogo de libertades: la humana y la divina. Historia, libertad y Dios forman una unidad inextricable. Kasper precisa esta idea subrayando que la libertad humana es siempre libertad recibida. La presente obra es ya un clásico de la recepción católica de Schelling. Ha contribuido a una valoración más ajustada de su filosofía de la revelación -que muchos tenían por especulación teosófica- y ha abierto nuevas posibilidades para el diálogo de la teología con el idealismo. Constituye, sin duda, uno de los intentos más vigorosos de la teología del siglo XX por enlazar con el pensamiento moderno sobre la libertad.