Ninguna vida está segura en la casa del lobo. No florece la ternura en el bosque donde reina la bestia. Todo parece crecer desde la vejez y la corrupción. Las hierbas de hojas cortantes, los arbustos llenos de espinas, rodean troncos de los árboles milenarios. Es aquí adonde ha llegado Fernanda, una joven chef. Es bella, viste un largo abrigo de lana roja que la cubre desde el cuello a los tobillos, lo que nos recuerda a la muy conocida caperucita roja del cuento, la cual cae en garras del despiadado lobo. ¿pasará lo mismo con Fernanda? ¿por qué está aquí esta mujer? Viaja a reencontrarse con Conrado, su marido, espera una reconciliación, pues hace meses ella lo abandonó. ¿Motivo? Él era infiel. Pero ahora el marido jura estar arrepentido y ha comprado una hermosa casa a Fernanda. Ella emprende, sin muchas ganas, el viaje de regreso al matrimonio, hace todo lo posible por demorar, en lugar de manejar por la autopista, toma una vieja y estrecha carretera que cruza un viejo y sombrío bosque. Según los chismes, en el centro de este de este país de madera hay un convento en ruinas. Lo habita un ser maldito que aúlla. Hombre, animal, demonio, esta criatura, cada cierto número de años, deja su firma en los caminos: cuerpos humanos destrozados y carcomidos. A Fernanda no le importan estas habladurías. Con tal de retrasar su encuentro con Conrado decide admirar la belleza siniestra de este lugar. ¿se encontrará con la bestia? ¿y si ocurre el encuentro ella morirá como todos? El terrible dios del viejo bosque ignora la presa, Fernanda, es muy astuta, diferente de todas, y quizás es él quien corre un gran peligro. Caperucita roja esta vez esconde bajo su belleza y ternura una bestia que ni siquiera el lobo pudo imaginar.