Cementerio de moscas, segunda novela de Max Pinedo, se contrapone a la parafernalia hiperyoica de la nueva narrativa y nos presenta una ficción genuina: un relato que explora las feroces dimensiones y las insospechadas lindes de la noche limeña. Sus personajes acceden a este espacio en un trepidante descenso infernal, navegando por la avenida Colmena montados en "lanchas" conducidas por hirsutos Carontes, recorriendo cada círculo nocturno plagado de absortos "habitués", arrastrando desesperados su sed insaciable de mesa en mesa, de refugio en refugio. Narrada desde la perspectiva de Marx Piñeiro, Melvin Trelles y Brayan Seminario, el lector asiste a la conjuración de una historia de amor enrevesada y caótica, tierna y desconsolada. De esta manera, Linda y Nuria, intereses románticos de los tres narradores, se configurarán como demonios o ángeles, musas de la destrucción vinculadas a los eventos traumáticos que definirán las acciones y los sentimientos de cada personaje. Con gran destreza técnica y estilística, las voces narrativas que confluyen en estas páginas siguen hasta cierto punto las directrices de la novelística del siglo xx. Sin embargo, aunque es posible reconocer un sustrato en el que sobresalen nítidamente las influencias de Miller y Céline, el autor desarrolla una serie de recursos formales y temáticos propios de gran inventiva, lo que hace de esta obra una aparición literaria de inapelables méritos estéticos.