Pekín posee una belleza ambigua e irrefutable, pero ésta no le viene por los estereotipos turísticos. Esta urbe es mucho más que el escenario ancestral y misterioso de los mandarines o la vieja capital del comunismo maoísta. Se trata de una metrópoli sumamente expresiva que nos enfrenta a verdades desnudas, que no admite simulacros que la miren con los ojos del exotismo, ni que enfaticen los mitos de lo terrible que circulan en torno a ella. Más bien es, advierte el escritor Edgardo Bermejo, un dragón ciego que surca los cielos del mundo a una velocidad nunca antes vista.

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