"Tú no has experimentado este martirio en propia carne ni has palpado de cerca que un drogadicto con el 'mono' estaría dispuesto a vender a su padre y a su madre y a hacer lo que fuese (robar, matar...) para conseguir la dosis que puede apaciguarle durante unas horas... Lo que nos guía no es nuestro espíritu ni nuestra inteligencia, sino nuestro cuerpo. Un cuerpo incapaz de soportar el martirio que está padeciendo". "Es algo que ni siquiera sospechan los que nunca se han drogado. Imaginan que, debido a nuestra adicción, tenemos que aumentar constantemente las dosis para que un psicotrópico nos haga efecto. Y es verdad; pero lo que también es verdad, desgraciadamente, es que nuestra adicción a la mayor parte de los estupefacientes no es sólo física, sino psíquica. Y es más difícil curarse de ésta que de aquélla...". Un testimonio estremecedor sobre el "descenso a los infiernos" de la droga de una niña de quince años. A través de su propio relato, dirigido al hombre que se ha enamorado de ella y que se esfuerza en salvarla, asistimos a la descripción de un engranaje verdaderamente despiadado que comienza por una decepción familiar y culmina en la autoaniquilación. En lo más denso de las tinieblas no queda más que una luz: la del amor".