Crimen y castigo, que fue la primera de las novelas grandes de Dostoievski -grandes por la ambición de su planteamiento y por la fuerza genial de sus intuiciones-, se concibió en los años malos, los peores que vivió el escritor desde su regreso de Siberia en 1859. Crimen y castigo es una novela de construcción muy particular, que avanza a bruscas sacudidas emocionales; ya en las primeras páginas se apunta el asunto principal, y en seguida el tema se ramifica en un amplio repertorio folletinesco que deja un poco confuso al lector de hoy: de una parte, la familia del protagonista, una madre pobre, bondadosa y digna, una hermana sacrificada, llena de afecto y virtud; de otra, ese manojo de existencias chillonas y trágicas que son los Marmeládov. A estos dos ambientes paralelos pero contrapuestos -la pobreza honorable y la miseria desgarrada, Dunia que va a casarse sin amor para salvar a su familia, y Sonia que se prostituye para dar de comer a los suyos- se añade una tercera esfera que es la del crimen: dos víctimas más los representantes de la justicia. Tres mundos muy distintos, que parecían destinados a no tener nada que ver entre sí, y que se relacionarán por medio de un protagonista omnipresente, Raskólnikov.