En agosto de 1963, Kenzaburo Oé, que entonces era un prometedor escritor de 28 años, se dirigió a Hiroshima para hacer un reportaje sobre la novena conferencia mundial contra las armas nucleares. Oé, indiferente a las maniobras de poder de los políticos, se interesó de inmediato por los testimonios de los olvidados del 6 de agosto de 1945, divididos entre «el deber de recordar» y el «derecho a callarse».

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