Esta es una novela en torno a la realidad y la metáfora del vuelo. Todo en ella, desde el aprendizaje del piloto al recuento de aventuras, desde el advenimiento de la catástrofe a la emergencia de las condiciones externas, se abre en un gran fresco metafísico que tiene a la vida de cada uno como su natural destinatario. Cada uno es como el piloto de su propia vida y traza su propio rumbo en lucha con las inclemencias exteriores y los extravíos interiores, en lucha con el miedo y el error y el olvido, buscando en el caos, y en la precariedad, un margen posible, debe llevar a cabo el propio viaje, el propio destino. Misterios, equilibrios o errores son elementos de las tramas de este libro lo mismo que lo son de la trama de la vida. Las acrobacias en el aire, las sensaciones ilusorias que allí acometen o el saber del piloto que conduce, son el contrapunto enriquecedor de las acrobacias y las ilusiones y el saber del viaje en tierra de cada uno. A quien despegue con la lectura de estas páginas y consiga tomar altura -coger vuelo-, se le harán inolvidables tanto los fantasmas de pilotos desaparecidos como el joven piloto en su primer viaje en solitario, tanto Bruno, el instructor de pocas palabras que le hace comprender la importancia y necesidad del error, como el escritor Saint-Exupéry, el anciano que cuenta su historia de piloto de avión torpedero o el avión de Ustica, aeropersonaje, aeronarrador, testigo de la propia vicisitud en un capítulo de fuerte compromiso civil.