La primera persona del singular es una construcción histórica, no una entidad sustancial como la tradición lo creía. No somos un pequeño hombrecillo detrás de nuestros ojos que dirige el cuerpo como si de un piloto se tratase. En este texto se analizan los personajes filosóficos más importantes que han hablado del yo, y sobre todo, se exponen las condiciones que se necesitaron para ir creando el significado de dicha partícula. El objeto prin- cipal es mostrar cómo la primera persona del singular ha adquirido sentido dentro de la tradición filosófica, y sobre todo, cómo las críticas que contra él se dirigen han invalidado la idea de que el yo es un homúnculo. Después de estas críticas, el horizonte reflexivo donde se inscriben las teorías de la mente, del yo y de la identidad, deberán de proceder con mayor cautela, ya que la mayoría hasta el día de hoy siguen manteniendo esta idea tradicional del yo como sustancia. La primera persona del singular es un cúmulo de historias contadas en distintos tiempos verbales, es la condición de que se pueda decir que somos idénticos a los que fuimos 10 o 20 años antes, o incluso apenas hace unos instantes. Es una coartada lingüística para hacer que muchos otros enunciados parezcan que tiene sentido. El Ego planteado por Descartes es una idea prematura que es arrojada al mundo al unísono de las ideas contrarias que causa su improcedencia. La crítica de Locke, Hume y Kant que del Cogito hacen, es la condición histórica no sólo de su significación semántica, sino de su disolución lingüística, a estas críticas se le viene a sumar los aportes de L. Wittgenstein, Ricoeur y muchos otros. Se muestra así la deconstrucción que se ha hecho de esta idea y cómo es que el análisis hermenéutico revela en vez de un hombrecillo habitando la glándula pineal, el horizonte discursivo que nos constituye, la matriz lingüística de la que hemos nacido, no ya como algo en sí mismo, sino como posibilidades narrativas.