El cielo, desde su nombre, miente. Mienten sus nubes luminosas proclamando una paz que no es la nuestra. Despierto a la vida y no estoy en un barco. No soy ballenero sino hombre de la calle. No es el ataúd flotante, es una mesa (los mismos tiburones me rodean y el más feroz me mira en el espejo) No es el mar del Sur, es el puerto. Por el malecón de Veracruz pasean parejas, los marineros beben en la plaza mientras la banda toca valses viejo. El vaso que está sobre la mesa me mira desde su infame transparencia: pero mis exploraciones no fueron más allá de las columnas de Hércules y siempre que los tifones me golpearon mis pies estuvieron sobre tierra. Mis tempestades fueron entre muros invisibles y no hay aquí naufragio que lamenten ni héroe al que se llore y se sepulte. Antes, después de estas palabras, muchacha es el adjetivo de muchacha y nada usurpaba este domingo cuando el alba abrió su flor esbelta. Pero el hombre quiere mirar más allá de la transparencia que lo engaña, buscando los rostros de los otros, buscándose en el rostro de los otros, esperando la gota que derrame el vaso que lo ata prisionero: lento el poema nace en una mesa, potro de tortura en el que nadie sabe si el poeta o la palabra es el verdugo.
Detalles
- Editorial: EL COLEGIO NACIONAL
- Año de edición: 2018
- Materia Poesía
- ISBN: 9786077243038
- Páginas: 224
- Encuadernación: RUSTICA