Al narra los avatares de mi ya larga existencia, afirmo mi complacencia al haber enfocado mi vocación hacia la sagrada profesión de la abogacía, respecto a la cual he puesto todo mi potencial para dignificarla. Desde 1942 en que inicié mis estudios de Derecho en la UNAM, siempre he impugnado la tesis de los logicistas del formalismo jurídico, quienes consideran que el Derecho puede ser injusto. ¡No, el Derecho es emanación de la moral social y, por tanto, jamás puede concebirse como injusto! Podrán ser injustas las leyes, o sea, las disposiciones del poder político dominante; pero el Derecho no y la grandeza en la labor de un buen jurista es buscar por todos los recursos que su ciencia le permita para que las leyes, en su aplicación, realicen la Justicia. Durante mis 52 años de docencia en la Escuela de Derecho, siempre me he afanado en fortalecer la vocación de mis alumnos, proyectándola hacia la realización de los valores supremos del Derecho que son la Verdad y la Justicia. Que el perfil de quien ejerza la abogacía se revista del respeto y de la alta dignidad social que le corresponde como sacerdote de la Justicia.

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