Cada vez que una pareja decide compartir su vida, dejan de ser dos para convertirse en una nueva entidad como ninguna otra en el mundo. Apreciar y desear esa nueva dimensión es lo que nos permite adaptarnos, por difícil que parezca. Cuando decidimos amar a alguien, automáticamente ocurre una transformación íntima que provoca hacer a un lado nuestra individualidad para comenzar a pensar en función de la pareja y de la familia que iniciamos. ¡Qué emocionante! Sin embargo, conforme el tiempo pasa, las expectativas sobre cómo debería ser nuestra relación se convierten en una carga pesada que intentamos poner sobre los hombros de nuestra pareja, y tratamos de obligarla a que cumpla con nuestros requerimientos, en lugar de dejar que la relación crezca naturalmente, con el aporte de lo que cada uno puede ofrecer, según su identidad.