Creo que el rasgo distintivo de este libro es la humildad. La autora viene a dar testimonio de su vida y de sus ancestros. Deja a las generaciones futuras su memoria y la necesidad de conservar esta memoria. Estos relatos encadenados tienen el encanto de lo natural, la ingenuidad del recuerdo, cierta concisión poética y la necesidad de contar. Desfilan así, hilvanados, sucesos encantadores y estremecedores, como la increíble historia de los restos de la tripulación del acorazado Potemkin recalando en Carlos Casares, las 130 empanadas y la promesa de casamiento que Alfredo L. Palacios le hace a una niña de seis años. Creo que el humilde deseo que Silvia Fairman se formula en la dedicatoria se hace realidad al concluir la lectura de Mate y samovar.

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