Una tradición largamente compartida confía al saber filosófico sobre el derecho una especial competencia sobre fundamentos, valores y principios, precisamente porque el saber filosófico, desde siempre, ha tenido una particular competencia en la condensación de los valores de las distinciones y en la invención de los motivos de la preferibilidad de uno de ellos contra el otro. Junto al saber filosófico existe el saber teórico sobre el derecho, al cual viene atribuida la función de elaborar las formas de la coherencia lógica, lingüística, pero también epistemológica, del material jurídico. Y, por último, existe el saber sociológico, al cual viene atribuida la tarea de describir la eficacia del derecho. Tanto un tal mapa del saber sobre el derecho esté lleno de aporías, de paradojas y de contradicciones, puede ser visto con mucha facilidad: ella presupone que el derecho sea solo un ordenamiento de naturaleza lógico-lingüística; que el derecho produzca efectos sobre la sociedad; que los principios o los valores digan de verdad como se debe actuar y como se debe decidir. A nosotros no nos interesa criticar aquel diseño, criticar el mapa del saber que se delinea. No interesa rechazar una filosofía del derecho y tampoco la filosofía del derecho. Queremos ver cuál es su función. Una observación sociológica de la filosofía del derecho nos permite ver cómo la filosofía del derecho oculta estas paradojas, como inmuniza el derecho contra sí mismo, como normaliza el rostro grotesco de la barbarie del presente.