Era el menor de sus hermanos, y quizá por eso era distinto. Paganino, un pequeño mosquito, prefería la dulce fruta que la sangre a la que su familia estaba tan acostumbrada. Pero además tenía otra peculiaridad, que descubrió casualmente un día que entró a una laudería: estaba hecho para la música. Mientras el dueño de aquel negocio reparaba y afinaba los instrumentos, Paganino aprendió todo lo necesario para convertirse en todo un concertista.

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