JOSÉ M. Muriá nos cuenta cómo la palabra charro cruzó la mar océano y, en el español de América —en especial en México— añadió nuevos significados a los que ya tenía. Cómo, a partir de acepciones bajas y aun peyorativas terminó, para sorpresa nuestra y de Muriá, que lo suponíamos un fenómeno más temprano, ya en las postrimerías del siglo XIX, por designar al hombre que se distingue por su habilidad con el lazo y el caballo, por su carácter resuelto, por su decoro y su hombría, al punto de llegar a ser, para muchos, el símbolo más alto de la mexicanidad.

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