Después de ser un habitante entre lienzos y pinceles, Fernando Díaz Cid se convierte en un viajero que se desliza hacia sí mismo a través de la palabra. En este su primer libro de poemas, Paroxismo sutil, se respira viento, ráfagas de oquedad y vacío en pos de manantiales desconocidos. Se respira vértigo y ambigüedad en esa búsqueda que obedece a la inconformidad y al sombro de pertenencia a un mundo que ha transcurrido con la voz contenida. Por ello nos dice: Urge que la palabra / tenga sabor a magia. Y así, las palabras transitan como un grito entre la hojarasca. Palabras encadenadas, escurridizas, palabras coraza y trayecto. Alas de palabras que conforman versos que rechazan la libertad que se asfixia en lo cotidiano, versos que conducen de la niebla a la luz, y que desde su circunstancia puedan responderle: ¿cómo relacionarse con los otros, cómo habitar nuestro espacio-tiempo, cómo percibir lo que somos? El poeta se mira en el espejo como un aprendiz, reflejo de la ausencia del ser que aún no ha sido. Sus poemas brotan entre caos e incongruencias, confusión y melancolía. Se sofocan con el malestar de la envidia, el simulacro, el artificio de lo insustancial, o el destiempo y tropiezo. Son una especie de preparación para el final de las travesías, algo que nos remite a la despedida de nuestro viaje hacia la nada. A fin de cuentas son una protesta sutil, y al mismo tiempo violenta, frente al hastío.