Veinte años después de la muerte de su padre y la bancarrota de su familia, Joe Starling vuelve a Montana, su tierra natal. Antes estudió en Yale, conquistó cierta fama en Nueva York como pintor y, secas las fuentes de la inspiración, acabó ilustrando catálogos de artefactos absurdos para un excéntrico empresario. Hasta que una mañana, en plena crisis de los treinta y tantos años, Joe coge el descapotable color rosa de Astrid, su amante cubana, y regresa a Montana en una alegremente desesperada búsqueda de sus raíces, de su identidad perdida, de los restos de la fortuna familiar, y quizá hasta de aquello que un día le impulsara a pintar, y luego le abandonará. La vuelta a casa, la imposible vuelta a casa de tantas odiseas americanas, resucita algunos sencillos placeres del pasado: la alegría de cabalgar por el antiguo rancho de su padre al atardecer, la contemplación de la nada sofisticada belleza de su primera novia, e incluso las peleas con su rival de entonces y de ahora. Joe empieza a soñar con un nuevo comienzo, con la posibilidad de vivir una vida que no fue. Pero muy pronto los fantasmas familiares —de los vivos y de los muertos—, la dura realidad del dinero y la llegada de su imprevisible amante cubana, le devuelven al ineludible fluir del tiempo, al insoslayable presente.

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