Bajo la forma inédita de un diario de una experiencia misteriosa e iniciática, Tabucchi ha escrito su más hondo homenaje a Portugal. En un estado entre la conciencia y la inconsciencia, entre la experiencia de lo real y la percepción del sueño, un hombre se encuentra, sin saber explicarse cómo, en una Lisboa desierta y tórrida al mediodía de un último domingo de julio. Sabe que tiene una misión que cumplir en particular el encuentro con un personaje ilustre y desaparecido que, quizá, como todos los fantasmas, se presentará sólo a medianoche, pero no tiene ni idea de cómo llevarla a cabo. Se entrega así al flujo del azar, y se encuentra frente a un recorrido que lo lleva a revivir el recuerdo de aquel día, a transitar de nuevo por algunas etapas fundamentales de su vida, a tratar de resolver los nudos de su estado alucinatorio. La alucinación, el viaje y el sueño duran doce horas, durante las cuales se comprimen y se dilatan los tiempos de una vida: pasado y presente se mezclan para explicarse recíprocamente, muertos y vivos se encuentran en los mismos lugares, unos lugares que se fijan en una inmovilidad que nada tiene que ver con el tiempo.

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