Con una prosa de extraña pureza, como de fábula, los textos breves van describiendo las costumbres de una civilización casi extinta: la belleza siempre está condenada. No todos los hombres son aptos para dar a las cosas los nombres adecuados, pero Fogwill sí, porque la pasión hace más aguda y severa la mirada. Es uno de esos libros que solamente se pueden comprender muchos años después de su creación. Para eso está escrito, para la duración potencialmente infinita de su cuasi-relato.

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