Jorge Aguilar Mora ha escrito, de nuevo, un libro muy importante. Un libro que razona implacablemente contra la pereza crítica que sigue encerrando obras de enorme trascendencia literaria en la cárcel genérica de “Novelas de la Revolución”. Los ensayos aquí reunidos construyen un arco que va de Los bandidos de Río Frío a Pedro Páramo sin hiatos, sin pausas, sin esa miopía condescendiente que pretende apreciar los libros de los que se ocupa atribuyéndoles sólo un valor testimonial o histórico. Cuando se leen los secretos protegidos en ese arco, cambia la valoración tradicional de los muy conocidos y de los prácticamente olvidados. Aguilar Mora presta atención a lo que había permanecido silenciado o a lo que daba miedo oír: El silencio de la Revolución. Porque lee con rigor, con pasión, no atendiendo a lo que rumia la acumulación de las historias literarias sino a la verdad que dicen los libros. A los nombres archiconocidos de Martín Luis Guzmán o de Mariano Azuela —a quienes lee como no se les había leído nunca— Aguilar Mora agrega el de Nellie Campobello, ya rescatado del olvido por la edición cuidadosa de Era, y el de ese autor prácticamente borrado de la historia, Esteban Maqueo Castellanos. Finalmente, con el mismo tenor con el que rescata las voces que forjaron corridos populares sobre Pancho Villa y sobre la vivencia única de la “bola” revolucionaria, exige el corazón de la primera mitad del siglo XX para la obra de Rafael F. Muñoz. El silencio de la Revolución crea otra literatura mexicana, fundada en una lectura que sabe llegar tan lejos como el Barroco o tan cerca como el Modernismo; una lectura que no duda en dar rodeos por otras literaturas en busca de ejemplos y diferencias esenciales, de continuidades y de rupturas; una lectura donde las literaturas son la literatura y la digresión es generosidad, desvío indispensable y agradecible. Emociona una crítica que está tan hondamente comprometida con el acto ético; que, lejos de estar gobernada por una teorí