Sonia, una chica judía poco agraciada, es un ser insólito que, bien por una forma leve de locura, bien por una suerte de genialidad, "experimenta tal empatía con la letra impresa que la lleva a conferir a los personajes de ficción la misma categoría que a las personas de carne y hueso." En Sverdlovsk, donde trabaja en una biblioteca (¿dónde si no?), conoce al pintor Robert Víktorovich, "el más feliz de los desventurados", que suma a sus espaldas numerosos viajes por Europa y varios años de reclusión en un campo de trabajo soviético. No tardan en casarse y siguen años de felicidad conyugal coronada con el nacimiento de la hija de ambos, Tania. De repente, el interés de Sóniechka hacia el mundo de la literatura, de la ficción, desaparece por completo, se desvanece. La familia, las labores de la casa, "las croquetas y compotas", en otras palabras, la vida real y cotidiana, ocupan ahora felizmente el centro de la vida de Sóniechka.

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