Transcurridos ya más de cien años desde su desaparición, el filósofo y poeta Vladimir Soloviov (1853-1900) sigue brillando con luz ambigua en el apretado firmamento de la cultura rusa. Negar su importancia en el desarrollo de la misma resultaría francamente imposible, pues supondría dejar sin explicación la profunda transformación que sacudió el mundo cultural ruso hacia finales del siglo XIX, y que significó, entre otras cosas, el abandono de la estética realista y sus marcos teóricos generales (positivismo, socialismo) en favor de nuevos planteamientos que abrieron las fronteras rusas a las tendencias generales de la cultura de fin de siglo y propiciaron el entronque directo con las vanguardias (Biely). Por otro lado, analizar esa importancia desde categorías estrictamente históricas, circunscribiéndola a la época aludida y a sus principales representantes (Blok, Ivánov, el propio Biely), resulta también inaceptable, sobre todo si tenemos en cuenta que la nómina de filósofos y pensadores que de forma más o menos abierta se han declarado continuadores de Soloviov (Florensky, S. Bulgákov, Frank, N. Lossky) se extiende a lo largo del siglo XX y llega incluso hasta época reciente (Lósev). Una prueba adicional de esta vigencia es la situación editorial de su obra, que desde finales de la época soviética viene siendo objeto de reedición continua, tanto en el mundo académico como en el de la edición comercial.