Un vado es donde el arroyo pierde hondura y es posible cruzarlo; pero en la lengua vernácula, ‘vado’ también es ‘vaho, hálito’. Ambos sentidos confluyen en este libro. La música y el arrebato que hay en la corriente son el tránsito y la entrada a otro orden, a otra profundidad. No importa de dónde venimos o a dónde vamos, importa estar allí “Sólo los ríos se bañan siempre en el mismo río”, sólo los ríos, no la persona. El uso de las formas tradicionales brinda a la obra de Yáñez una suerte de excentricidad paradójica; tras el artesonado, los acentos y la rima, hay el guiño y un compás en que se reconocen tanto la energía como el cuerpo del habla popular y anónima que, como pensaba Alfonso Reyes, son quienes proveen de vida y profusión a las palabras. De ahí que los poemas hablen con desdén del artificio y de su parálisis ante lo indecible, tema principal de esta poesía. Cada libro de Ricardo Yáñez es una estación, una parada en que el poeta renueva su compromiso con la vida. Vado no es la excepción. Sus poemas y canciones están erguidos, vivos; nos llevan hacia la intemperie luminosa del idioma a través de los oscuros resplandores de la existencia, incluso con sentido del humor y gozo, porque en cada palabra tenemos un recordatorio: “En una fuente que yo bien sé bebo la vida que viviré.”

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