Nueva York, 1903: en la ciudad de las oportunidades, en la que desembarcan doce mil extranjeros cada día, en la que los italianos son detestados como extraños supersticiosos y criminales, recalan desde Tufo de Minturno -un minúsculo pueblo sobre el Garigliano, en la provincia de Caserta- Diamante y Vita, dos chiquillos de doce y nueve años. Él es taciturno, orgulloso y temerario. Ella, instintiva, celosa y dotada de la misteriosa capacidad de desplazar los objetos. En una caótica pensión de Prince Street, en el gueto italiano del downtown, los esperan Agnello, el padre de ella; Lena, su nueva compañera; Rocco, Geremia, Coca-Cola y, sobre todo, América. Entre hambre, vejaciones, prepotencias de la Mano Negra y de un padre posesivo, unidos por una pasión tan precoz como prematura, los dos chiquillos descubren juntos la muerte y el alfabeto, las tentaciones, el sexo, el amor, la traición y la fidelidad. En diez años, Diamante, siempre a la espera de fortuna, será voceador de periódicos, trapero, mozo en una empresa de pompas fúnebres, waterboy en los ferrocarriles, tramoyista para la productora de los westerns de Bronco Billy; Vita, cosedora de flores artificiales, ladrona, fregona, cocinera, amante de un chulo, vendedora de besos, palabras y casas inexistentes; ambos, siempre convencidos de ir progresando hacia la felicidad, reconocida como un derecho por la Constitución de los Estados Unidos de América. Pero sus sueños infantiles no están destinados a hacerse realidad, por lo menos, no en Nueva York y no juntos... Cuarenta años después, en 1944, el hijo americano de Vita está en Italia, combatiendo con el ejército de los Estados Unidos en el Frente Sur -precisamente en el Garigliano- y busca al hombre que tenía que haber sido, y que no fue, su padre. Picaresca y fantástica como una novela, Vita, sin embargo, no es sólo una novela. Los dos chiquillos existieron realmente, como existieron la pensión y los muchos personajes que animan esta historia. Para escribirla, la

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