En Yo el Supremo (1974), Augusto Roa Bastos desafía la historia inspirado en José Gaspar Rodríguez de Francia, el "Dictador Perpetuo", que gobernó el Paraguay entre 1816 y 1840. Cómo entender a una figura tan amada y odiada, tan monstruosa pero de una ética singularísima y sumamente estricta al mismo tiempo, que ejerce el poder en nombre de los ciudadanos parece ser la misión de esta novela. Roa Bastos recorre así, en un libro brillante y lleno de texturas, la experiencia paraguaya, de la transición de la dependencia colonial a la independencia nacional. Memorandos, cartas, testimonios anónimos, pasquines y monólogos conforman una polifonía de voces, tiempos y estilos que retratan de forma descarnada no solo a El Supremo sino a todo un país, enfrentados al drama de organizar una república poscolonial y al dilema de haberse independizado de España para convertirse en provincia argentina o brasileña. Un gran fresco del poder y sus paradojas, detrás del cual, por supuesto, fluye la relación del amo y el sirviente, el doctor Francia y su secretario Patiño, para inscribir el relato en una tradición que ha dado duplas memorables, como las de Don Quijote y Sancho Panza, por mencionar una, haciendo de Yo el Supremo mucho más que una novela de dictador: un libro-madre de la literatura venidera, una obra maestra.

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