Cameron
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Las tramas ocultas, el zurcido invisible

Hace casi dos años, estando de visita en Buenos Aires, quedé para comer con Hernán y la desgracia, surgida de las profundidades más inesperadas, nos impidió aquella reunión. Y es que mientras caminaba por un barrio de Buenos aires, disfrazado  de turista idiota, fui asaltado y golpeado. No, para ser exactos, tengo que decir que fui secuestrado, por un par de personajes tan pintorescos como desgraciados, quienes, al final, me despidieron regalándome un billete sobre el que había escrito un proverbio bíblico.

Con el tiempo, el mal sabor de boca, el susto y el coraje por la cantidad de dinero que me robaron se fue pasando, no así el coraje de haber tenido que volver a México corriendo. Y es que al volver de aquella manera tan apresurada perdí la oportunidad de ver a Hernán Ronsino. No importa, ya tendremos otra oportunidad. Pues bien, ahora resulta que, cuando por fin nos juntaríamos de nuevo, para presentar su más reciente novela, la pinche fatalidad vuelve a jugarme una broma pesada: tengo influenza, lo que me tiene en cama y sin la posibilidad de salir de casa.

Dejo el aspecto personal para hacer un par de comentarios sobre la última novela de Hernán, como el resto de sus los libros, en Cameron lo más importante no es lo que leemos. Es decir, lo que realmente sostiene todo lo que sucede en los entramados de Ronsino no es ni la forma que creemos observar ni es tampoco la historia que pensamos, en primera instancia, estar leyendo. Pero déjenme ser un poco más claro: la primera instancia, con Hernán, es siempre una especie de camuflaje; o de trampantojo, si quieren que nos pongamos excesivamente críticos.

Es por esto que para leer a Ronsino, hay que ser capaces de acercarse al fuego, aceptando incluso que éste habrá de quemarnos. Porque tenemos que ver lo que sucede dentro de la obra y no quedarnos con la piel que ésta nos enseña: debemos permitir que las profundidades más inesperadas nos alcancen. Sólo entonces, un lenguaje sencillo, unas palabras que parecen echadas ahí con suavidad se convierten en la complejidad mayúscula del habla, en pedazos de luz y trozos de sombra.

Y lo que sucede con las palabras, también sucede con el ritmo: la melodía que parece un simple tarareo, cuando ponemos atención, es una fuga, una constelación de claves entretejidas por un hilo invisible. Lo mismo pasa, además, con la estructura y los personajes: aquello que daba la impresión  de ser un andamiaje básico, es en realidad el plano arquitectónico de un sabio, así como los hombres y mujeres en apariencia más sencillos son, en verdad son seres complejos que cargan, a la espalda, la enorme responsabilidad de haberse vuelto arquetipos.

Créanme cuando les digo lo siguiente: de entre toda la literatura latinoamericana contemporánea, quizás Hernán sea el único que ha logrado lo que acabo de decirles. No pertenecer a un universo, como hacemos el resto o casi todos los demás, sino ser un universo en sí mismo. Y él humildemente, puede decir que no, que es solamente un pueblo o una región. Pero yo, humildemente, también, puedo decirles que sí, que eso es un universo, y que ese Universo es, ni más ni menos, la literatura.

Cameron no se trata de un hombre que se llama así, Cameron, sino de un país que se llama Argentina. Por eso, desde el primer párrafo, más que presentarnos a un abuelo, un padre y un hijo-protagonista, Hernán nos presenta un linaje de caudillos. Y por eso, inmediatamente después, antes de presentarnos a la pareja improbable, nos muestra una historia de dueños y esclavos, de amor que es servidumbre. Y exhibe, además, las múltiples cosmogonías de un lugar y las variadas maneras de relacionarse con el tiempo, la intimidad y la vida. Como nos presenta, también la desigualdad geográfica y, con ésta la historia reciente de Latinoamérica: la huida de los ricos de los centros, la llegada de los pobres a estos y la subsecuente gentrificación.

Pero tampoco quiero desmenuzar así cada situación de Cameron, porque, como bien podría haber dicho Freud: una pierna extraviada, en condiciones enigmáticas e imposibles de recordar, puede ser sólo una pierna extraviada, pero también puede ser el pedazo de historia que un colectivo nacional ha olvidado.

Por supuesto, tampoco quiero contarles el final, o los finales de la novela. Lo último que quisiera decir, es esto: Cameron tiene lo mejor de los libros anteriores de Ronsino pero también algo más: una poética de la incertidumbre– y no nada más de la contingencia- adherida a cada palabra que no leemos y a cada situación que no vemos.

Emiliano Monge. 

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