El Mal
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El Mal

Muchas personas creen que porque no ven algo, no existe.

Esto nos hace pensar en la falta de empatía que tenemos por cualquier ser humano, cercano o lejano. Cerrar los ojos y dejarse caer al vacío puede sonar atractivo, en tiempos donde nadie considera a nadie y donde la maldad es un fluido que toma la forma del recipiente que la contiene como plantea Zygmunt Bauman en el libro Maldad líquida.

Nuestra realidad supera a las ficciones distópicas que nos colocan frente a la peor sociedad imaginable, no es una raza alienígena que nos ataca buscando nuestro exterminio como los marcianitos de H.G Wells que buscan conquistarnos en  La guerra de los mundos. Ni tampoco, o casi, como lo que sucede en El cuento de la criada de Margaret Atwood.

Hannah Arendt, se refiere al mal como algo que es «extremo y carece de toda profundidad, que puede reducir cualquier cosa a escombros y que se extiende como un hongo sobre la superficie.» La palabra maldad procede del latín malĭtas y es una condición negativa relativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de moral, bondad, caridad o afecto natural por su entorno y quienes le rodean. La misma Arent en el ensayo La libertad de ser libres, repara en la importancia del ser social y de hacer comunidad: «Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública.»  

En el momento histórico que corre no hay nada más difícil que enfrentarse a la falta de comunidad. Un ejemplo claro es el caso femenino, todas desearían correr como Virginia Woolf a su Habitación propia. Pero para millones de mujeres, esto no es posible, no hay a donde ir. Crear una colectividad que proteja a la infancia, que sea receptiva a la voz y voto de las mujeres, y que además, respete a sus ciudadanos desde el ejercicio de sus derechos humanos, parece algo imposible, una ficción.

Ojalá nuestra manera de percibir el mundo pudiera ser tan clara como la Anna Wolf, personaje de Doris Lessing, que logra transmitir en el Cuaderno dorado cada dimensión femenina. Darle  un color a nuestros pensamientos políticos, familiares, económicos, culturales e históricos, sin olvidar las circunstancias de clase social, edad, etnicidad, orientación sexual o religiosa. Pero más allá de esta preocupación por la progresión y evolución de la maldad, decidimos quedamos con lo que Simone Weil escribe como augurio de esperanza: «El mal es ilimitado, pero no infinito.»

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