Las dos lunas de Oaxaca
América Gutiérrez
Sé que la vida empieza donde la realidad termina... La voz de Pedro Infante se diluye mientras camino por Independencia y me veo tentada a detenerme; no lo hago, continúo dejando atrás la ilusión de una nieve. No parece real, me siento como una estrofa de la canción de Macedonio Alcalá buscando acomodo en una melodía: estoy en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca en su edición número 41, a casi dos años del encierro, de la virtualidad, de la vacuna y de las pérdidas. Los ojos que contemplo a mi alrededor resplandecen detrás de los cubrebocas, las voces suenan nítidas y los recintos vibran de nuevo con la presencia humana.
Aprieto el paso, mi sentido de ubicación nunca funciona como debería y ya pienso en Rojo. Deambulo un poco, me rindo ante la tecnología y solo así consigo llegar a tiempo. La Bodega de la Galería Quetzalli aparece frente a mí, unas enormes puertas de cristal contienen el universo de un ser humano que no deja de sorprendernos. Vicente Rojo se nos adelantó en marzo de este año, sin embargo, su legado artístico y editorial permanece. Su obra plástica, íntimamente ligada a la producción editorial y al trabajo del diseño de portadas, se reúne en este homenaje a través de sus libros. Fue Marcelo Uribe, director de editorial Era, quien seleccionó la mayor cantidad de ejemplares de su catálogo para ofrecernos una muestra de los primeros libros de Rojo diseñados para Era, así como del desarrollo de cada una de sus colecciones. Sobresalen los ejemplares de la colección Alacena o de Cine Club Era donde figuran legendarias portadas como la de Cuentos Pánicos de Alejandro Jodorowsky o La vía láctea de Luis Buñuel. Mención aparte merecen las célebres portadas de varias obras de Gabriel García Márquez, José Emilio Pacheco y los ejemplares de la serie “El volador” de la editorial Joaquín Mortiz en su etapa independiente. De la vista nace la curiosidad, Vicente Rojo provocó el atisbo a lo infinito, el objeto narrativo visible, dio dimensión plástica a la esencia de un texto que se mantiene vivo entre las manos de quien los lee.
Se hace tarde, muere el sol en los montes. El camino es de subida, la condición física pandémica comienza a manifestarse. Me motiva que voy rumbo a un encuentro presencial. Aún se siente raro, parece fue hace mucho cuando lo cotidiano era reunirnos. Por fin llegué a la fachada vino tinto del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Hay una fila de no más de 20 personas que estaremos sentados a 1.5 metros de distancia con el corazón acelerado y ganas de escuchar poesía.
Luna Miguel y Yolanda Segura atraviesan a paso determinado el patio interior donde será la presentación. De fondo, suena un canto de pájaros que no vemos, pero que escuchamos de manera incesante y por momentos inquietante. Luna comienza con una cita desafiante que la llevó a escribir Poesía masculina: “si Michel Houellebecq puede hablar de su polla, ¿es poesía masculina?, y en ese momento pensé: ¿si en vez de escribir poesía femenina, por qué no escribir poesía masculina?” La autora registró experiencias de la masculinidad durante cinco años, que van de la ironía al carácter lúdico para por momentos sumergirse en la viscosidad de una mujer que asume la voz de un hombre que supera el mero ejercicio de justicia poética.
La conversación sobre Poesía masculina fue más allá de esa rabia histórica de la poesía femenina asociada a lo confesional y la inherente posición de la poesía masculina en el mundo, que durante siglos representó la totalidad de la poesía como género. Al tocar el tema del canon literario, Luna Miguel habló de la sugerencia sobre la imposición, “no podemos devolver la cultura de la cancelación, sino aceptar la tradición masculina que nos formó, sin olvidar el pensamiento crítico y el gozo.” La conversación se convirtió en lectura y terminó poco después de que se colaran por nuestro oídos las línea finales de un poema, “no estamos haciendo nada revolucionario, solo estamos dejando de querernos.”
Después de la firma de libros, caminamos con rumbo a la Proveedora Alcalá, al refugio donde están los libros, la amistad y los mezcales. Se hizo de noche, ya no camino sola, pasé de la primera en singular a la primera persona en plural como no lo hacía desde hace mucho tiempo. Andamos en grupo al aire libre, los adoquines de sienten los pasos de una comunidad que salió para leer, está vez, bajo la luz de dos lunas, la de octubre que ilumina el camino y con Luna Miguel que da el sentido.