El nacimiento y fortalecimiento de los estados políticos europeos, y su alianza con los burgueses, provocaron un desequilibrio en las concepciones sobre gobierno de los hombres, lo que abrió la brecha para tratar de encontrar nuevas justificaciones, desde la perspectiva de un mundo menos religioso y más humano.   América representó, entonces, el escenario perfecto para cuestionar, desde los cimientos, una tradición agustiniana del poder político que suponía la sujeción de la corona a la tiara, y al mismo tiempo, permitió mostrar nuevas alternativas políticas, afiliadas a teorías políticas y contractualismos en boga.   Todavía sin cuestionarse la autoridad papal en asuntos espirituales, el hombre empezó a ser visto como un sujeto filosófico y político, lo que provocó un quiebre en la mentalidad hacia una visión más voluntarista de las normas, abandonado la teleología tomista; de tal manera que el origen de las sociedades, sin dejar de tener su fundamento último en Dios, encontró justificación en la voluntad humana, y los derechos positivos lograron afiliarse al poder político y convertirse en su instrumentum regni, favoreciendo la pacificación de los pueblos europeos, pero también su dominación.   El libro pretende mostrar que los planteamientos de los teólogos juristas españoles de la Segunda Escolástica, aunque fueron fieles a enseñanzas políticas tomistas, en realidad revolucionaron el pensamiento ético jurídico tradicional, de tal manera que sus postulados sentaron las bases principales de una mentalidad práctica más moderna, pero también, más legalista y menos justa.

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