Rayando libros Vol. I

“En este mundo nadie está completamente solo. 

Todos están unidos de una forma u otra.

 Llueve, los pájaros cantan…”

Haruki Murakami

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.

 

Coyoacán es territorio conocido, caminar por su calles me recuerda una buena época. Viví en el Barrio del Niño Jesús por poco más de siete años, domino casi de memoria los callejones y los caminos empedrados de la zona. La tarde del viernes recorrí Francisco Sosa hasta La Casa Rosa. La promesa era ser testigo de la unión de dos lenguajes: descubrir la parte literaria de la gráfica y dimensionar la extensiones visuales de una novela.

La tarde era gris, llovía y lo único que resplandecía era el piso; los adoquines durante y después de la lluvia son la imagen perfecta de la melancolía. Mientras caminaba, pasé junto a la Casa del Sol, el olor a tierra mojada llegó con fuerza, fue inevitable pensar en toda historia bajo el suelo que pisaba. Por ahí, enfrente, en una casa con ajaracas, también vivió Paz y dicen que ahí se escucha su voz.

Más adelante, el único olor que pude conservar fue el que provenía de La Tarta, tuve la tentación de hacer una pausa por una rebanada de lo que fuera, pero no, el tiempo ya no alcanzaba; prolongué lo más que pude el aroma a pan recién horneado con manzanas.

Arreció la lluvia, mi sombrilla no servía de mucho frente al viento y las gotas que insistentemente se colaban sobre mi hombro derecho. Apresuré el paso cuando atravesaba Jardín Centenario y logré llegar hasta Allende antes de empaparme por completo.  

Ya en la librería, me sentí a salvo, no sé si de la lluvia o de los recuerdos, pero eso no importa. Kraken y María Conejo ya habían tomado el Sótano, preparaban sus pinceles, tintas y demás artilugios mágicos para la creación gráfica. Los primeros en llegar observaban el desplazamiento de cada uno de los artistas entre la mesa con sus obras y el lienzo que serviría para lo que nos había reunido esa noche. 

La música comenzó a sonar, era jazz… No podía ser de otra manera. El primer libro “rayado” sería El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas de Haruki Murakami. A esas alturas todos los asistentes ya habíamos perdido nuestra sombra y esperábamos que alguno de los ilustradores nos la devolviera.

Además del tornamesa girando, una transmisión en vivo amenazaba el equilibrio auditivo y emocional de los asistentes. Kraken tomó el micrófono y advirtió “queremos unir la gráfica con la lectura, esta es la primera edición de una dinámica en la que nosotros como ilustradores interpretamos las palabras que leemos, la imaginación de cada lector es muy distinta y creo que parte de este ejercicio es ese, ver como entran las palabras y salen convertidas en imágenes.

María Conejo comenzó a leer: “Cuanto más los observaba, más me parecía que el cráneo quería decirme algo. A su alrededor flotaba un aire de tristeza, pero era incapaz de explicarme a mi mismo qué expresaba esa tristeza. Había perdido las palabras precisas.” Después de esto, llegó un tercer invitado que fue directamente al lienzo y dibujó una oreja dentro de un frasco. Era Aldo Lugo, un ilustrador con habilidades ninja, un gato negro llegó tras él.

Con los trazos, también comenzó la charla y por extraño que parezca la sensación de estar en uno de esos mundos paralelos descritos en la ficción de Murakami se había adueñado del ambiente. 

Cuando todo acabó, una mujer, un anciano y vibraciones blancas rodeaban el cráneo de un unicornio que parecía adivinar nuestros sueños y pesadillas. La promesa de repetir lo que ahí había sucedido quedó como una profecía que sucederá.

Afuera seguía lloviendo y dos lunas aguardaban pacientemente a que abandonáramos el lugar. 

América Gutiérrez