Juan Felipe Leal y Eduardo Barraza nos obsequian un volumen más de e magnífica colección. A lo largo de esta ya vasta obra nos hemos adentra de manera detallada y amena, año por año, mes por mes, y casi día por d en el emocionante universo de la llegada, la difusión y el desarrollo en nues país de los aparatos capaces de registrar y reproducir el movimiento: desde kinetógrafo y el kinetoscopio, de Edison, pasando por el cinématographe los hermanos Lumiére, hasta los múltiples ingenios técnicos que los sucedier y superaron. Como se apunta en la introducción de este libro, los autores proponen ofrecernos un relato que articule aparatos, productores y exhibic res, salas y espectadores, acontecimientos relevantes y obras cinematográfica cronistas y críticos. Nos encontramos en el año de 1903. Falta apenas un lustro para que la dustria cinematográfica internacional se estructure como hoy en día la cono( mos, con sus tres ramas plenamente diferenciadas: producción, distribuci y exhibición. Se trata de un momento señalado por la existencia de mercados anárquicos, caóticos, desorganizados. Así, a pesar del enorme éxito q tienen las proyecciones de las vistas de movimiento entre los distintos puntos de la tan diversa geografía nacional, empresarios como Román J. Barrei los hermanos Becerril, Emilio Bellán, Carlos Mongrand, Enrique Rosas y Salva( Toscano, entre otros, enfrentan dificultades para renovar sus respectivos pertorios. Pero en la Ciudad de México un hecho establece de manera definitiva el favor del público por el espectáculo fílmico: Ernesto Pugibet -director general de Fábrica de Tabacos El Buen Tono- gestiona en mayo de 1903 ante el Ayl tamiento la autorización para la proyección gratuita y al aire libre de película Con el apoyo de la hábil pareja de operadores de cinematógrafo que formo Henri Moulinié y su esposa, Pugibet promueve con éxito la venta de sus cigarrillos y arrasa en la capital del país con los demás empresarios del ramo, que deben cobrar por