Es difícil explicar la idealización de un hombre por una nación que lo declaró el Padre de la Patria. Hablamos del iniciador de la guerra de la Nueva España contra España, que duró diez años y culminó con la Independencia. Los mexicanos la celebran cada 16 de septiembre como vínculo primordial de la unidad nacional. Ese día el cura de la congregación de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, dio en 1810 el grito por el que gente de todas las condiciones sociales tomó camino hacia su primera guerra civil. El movimiento acaudillado por Hidalgo duró cuatro meses y el proceso por el que se logró la Independencia fue muy complejo. Comenzó concentrando enormes multitudes que se caracterizaron por la violencia contra los españoles, después de ser derrotado, el movimiento resurgió en otros liderazgos, abrió nuevas regiones rebeldes y finalizó con un pacto entre insurgentes y realistas. Hay, sin embargo, un proceso autonomista, juntista, que antecede a la guerra (1808) y corre simultáneo a la crisis que se desató en España tras la invasión napoleónica y la abdicación de Fernando VII. El apoyo a España y la participación de los mexicanos en el proceso constitucionalista español fue fundamental en el nacimiento de la nueva nación. Casi dos siglos después, la investigación historiográfica ha logrado acumular un conocimiento que establece una sana distancia del culto al héroe o el rechazo a explicarlo todo a partir de Miguel Hidalgo. En las últimas décadas los historiadores desentrañaron el problema de los dos Hidalgos: el mito y el hombre atrapados en la tela de araña del patriotismo. De ese esfuerzo clarificador, y de la mano de una institución mexicana y otra española, aunadas en torno a una figura de tantos y tan contradictorios significados mutuos, ofrece este libro dos docenas de miradas.