Entre los muchos centenarios ilustres que han ido conmemorándose en el transcurso de este año (1984) que ha entrado ya en su declino, uno de los más memorables, para un mexicano sobre todo, ha debido ser, sin duda alguna, el cuarto centenario de la muerte de fray Alonso de la Veracruz, "uno de los hombres más notables que pasaron a la Nueva España en los tiempos inmediatos a la conquista", según dice de él, con sobrio aunque pleno elogio, don Joaquín García Icazbalceta, "maestro de toda erudición mexicana", según el veredicto irrefragable de Menéndez Pelayo. Ignorado del mundo oficial, lo que es bien comprensible, y -lo que ya no lo es tanto- por la Universidad nacional autónoma de México (en cuyo recinto se yergue aún, aunque muy recatadamente, la estatua del maestro) ha de ser un universitario del montón, a falta de los primates del momento, quien se eche al ruedo para rendir, en estas páginas, un homenaje al preceptor y defensor de los indios (aunque sin el sonido y la furia de Motolinía y Las Casas), y al primer catedrático, entre nosotros y en el continente americano, de filosofía y de derecho de gentes. En las páginas subsecuentes podrá encontrarse la justificación de estos asertos, con base sobre todo en los textos originales del maestro, cuya presentación objetiva, por lo mismo, es mejor tributo que podemos hoy dedicar a su memoria.