"Si de las mil cuatrocientas páginas de mi diario se salvan quinientas, es mucho, acaso es demasiado". Así decía Amiel en 1876. En seguida de su muerte los primeros editores de los Fragmentos del Diario íntimo respondieron a esa tímida ambición. Publicaron en 1883 y 1884 los dos pequeños volúmenes, readaptados en la quinta edición de 1887, que han labrado la fama de Amiel, y que sucesivamente reimpresos desde entonces, hasta alcanzar ediciones de treinta mil; fueron traducidos a diversas lenguas. Gracias a esa selección escrupulosamente realizada, la fama ha ido elevando lentamente al autor del Diario íntimo al primer rango entre los moralistas de lengua francesa, puesto preeminente que nadie le discute hoy. De uno a otro crítico, entre todos aquellos cuyo juicio reproduce el verdadero sentimiento de innumerables lectores dispersos en todos los países, los considerados son, sin duda, diversos, pero la conclusión es unánime: en el amplio discurso que registra en el curso de los años el pensamiento continuado de la humanidad, Amiel ha pronunciado palabras que permanecen inmutables, con el mismo sentido, acento y giros que su genio les dio, y, al cumplirse el centenario de su nacimiento, hay una coincidencia universal que rinde homenaje en él a uno de los exploradores más audaces, a uno de los grandes descubridores del alma humana. ¿Pero no habrá llegado la hora de hacerle hablar de nuevo, y de enriquecer, al menos con algunos volúmenes de unos centenares de páginas más, la confesión extraída del enorme manuscrito? Tal es la tarea que yo me he propuesto realizar al recibir el precioso depósito, celosamente mantenido durante cuarenta años lejos de toda mirada. Empresa es ésta fácil sólo en apariencia. Dentro de los métodos sencillos que la erudición aplica a toda clase de textos, la conciencia, la predilección y el sentido estético tienen muy reducido espacio. Por ello no liberan al editor que quiere y debe seleccionar, de una ansiedad a veces dolorosa. Los editores de

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