La humanidad lleva en su historia innumerables páginas escritas con la sangre de los partidarios de su porvenir. Cada dogma de los que constituyen su perfección y su mejoramiento se halla estampado con sangre inocente vertida en las hecatombes. Después de pasados los mitológicos tiempos del paganismo y desde el nacimiento del cristianismo, comenzó una era de sangre para los apóstoles del porvenir de la humanidad, para esa infinita serie de mártires del desarrollo precoz de la creación son fecundas semillas, que no fructifican sino después de sepultadas en un limitado pedazo de tierra. La primera hecatombe se hizo en el Monte calvario y en ella quiso figurar todo un Dios, así fue y el creador de la humanidad sucumbió sellando con su sangre el principio de la redención. Desde entonces el hombre presenció indiferente la muerte de sus salvadores; pero la naturaleza fue más sensible que es hombre, el sol se oscureció, la tierra tembló y los muertos resucitaron cuando el cristianismo nacía en un patíbulo. La monótona sucesión de os siglos y las generaciones, no han podido ni hacer olvidar este sacrificio ni esterilizarlo, malogrando sus frutos el cristianismo; existe y existirá mientras la creación exista.