Como principal objeción a la naturaleza dramática de La Celestina se aduce su longitud; este reparto se agrava con el de las dificultades que implica el ponerla en escena debido a la profusión de cambios de escenario. Un estrecho criterio neoclásico se ampara tras la objeción primeramente mencionada; un pobre realismo falto de imaginación se oculta tras de la segunda. Autoría, fuentes, géneros, crítica, etc., desaparecen de la escena ante la elegancia de un gesto: el del autor, quienquiera que éste haya sido, que ocultándose tras la maestría de su creación, cede las tablas, galante y teatral, a sus propios personajes. El mundo de los criados en La Celestina es riquísimo en trazos psicológicos. Cada uno de ellos está visto en su individualidad; cada uno de ellos se mueve por sus propios resortes e intereses; nunca son calcas o reflejos de la personalidad de sus amos. De los criados, Sempronio es el que despliega mayor número de facetas: puede, en el Acto primero, echarle a su amo una larga perorata plena de erudición atacando a las mujeres, para precaverlo del peligro que representan; en el Acto noveno se dirige a Elicia con toda la galanura de un cortesano.

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