El gesto cotidiano de apoyar la cabeza, que todos dejamos a la improvisación, conforma un arte en sí mismo, un capítulo en lo absoluto menor de la semántica del cuerpo, que lo mismo brinda comodidad y placer que ayuda moral, y que al igual que las posturas sexuales, que han dado lugar a tanto perfeccionamiento y debates acalorados, no puede ser materia de rutinas toscas o de contorsiones ineficaces. Después de todo, ¡cuán complicado es lograr que el índice se hunda en el cachete y el pulgar sirva de pedestal a la barbilla sin que se nos acuse de solemnidad, aburrimiento, afectación o simple y llana pedantería. Además del breve pero revolucionario tratado en el que Linchtenberg describe 62 maneras básicas de sostener la cabeza, se incluyen los comentarios y aportaciones de Andrés Virreynas, estudioso de la etología humana, en particular del lenguaje del rostro, así como los útiles y detallados dibujos de Luis Blackaller, que contribuirán a hacer más llevadera la pesantez de nuestros pensamientos. ¡Un auténtico Kamasutra de la melancolía!