Un corazón humano puede durar dos meses en la nevera; en cambio, evitar que palpiten ciertos corazones sin que se pudra nada, puede ser la tarea de toda una vida. Y cada momento puede mejorarse hasta que el acto sea reflexivo, metódico, meritorio y la profesionalización, innegable. Cuando el azar y la voluntad ajustan cuentas, asesinar puede convertirse así en una forma de reivindicar la dignidad y la existencia.

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